Pasajero sin
destino, cogió las maletas del olvido y subió al tren que un día dejo pasar. Una carta entre sus manos tenía un mapa con una cruz puesta y una nota marginal que marcaba y prometiera ser la tierra que aventuraba.
No pesaban los
pensamientos y se entregó al silencio ocupado por la soledad tangible del deseo
incontrolado.
Paró en seco sus
pasos, no entendía que el reloj de la iglesia se hubiera parado a las dos de la
tarde. No, a esa hora su voz era fría, no tenía vida y el sol desaparecía en el
horizonte cual tarde caída en pozo de madrugada.
Sus ojos secaban
lágrimas y el tiempo se formó con nieve caída en la soledad de un cuarto, la vida ya no era, en el calor del hogar que no se reflejaba en el espejo
de sus días.
Era, y hoy ya…, no.
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