Quedamos para una cita a ciegas, a las
17.30 horas del 27 de junio de 1965, yo y el destino. No sabía que me iba a
encontrar cuando abriera la puerta, no quería ir demasiado arreglada, la
naturalidad forma parte de mis defectos y ser artificial es algo que nunca me
ha gustado.
La sonrisa quiso acompañarme, y la dejé
venir conmigo, con ello aseguraba una tarde muy agradable.
La soledad se autoinvitó y no pude
decirle que no viniera, ya que ella aparece donde y como le apetece en cada
paso de nuestras vidas.
La tristeza se colgó de mi brazo, y me
dio mucha pena decirle que no podía venir, pero no era el momento más apropiado
y le prometí tomar café al día siguiente con ella, de esta manera se convenció,
no sin soltar alguna lagrimita y con carita de pena se quedó en casa.
Los sueños, no pidieron permiso y se
metieron directamente en el bolso, mientras entraban decían ¡No nos podemos
perder esta cita!
Ya se acercaba la hora, no me gusta
llegar tarde y me apresuré a terminar con los preparativos. El poemario “Viento
del pueblo” bajo el brazo, era lo acordado, y mi vestido color primavera para
ser identificada.
Los nervios iban creciendo por momentos
y cuando ya salía de la casa, mi madre me deseó suerte con un dulce beso en la
frente.
–Sé feliz, mi niña, y no te olvides
nunca de seguir dando pasos adelante. Hoy, no sabemos que va a suceder, pero
mañana estate segura de que tus pasos serán legitimados por la constancia de la
libertad que te rodea y del empeño en hacer creer en ti.
Empecé a andar despacio, sin prisa
alguna, al cabo de unos segundos que parecieron horas marchamos más deprisa, yo,
la sonrisa, la soledad, y los sueños que sea apretujaban en mi bolso… Pareció
eterno el camino aun cuando solo había cien metros para llegar allí donde
habíamos quedado el destino y yo.
Ya en el lugar, la música del silencio
se apoderó de mí, estuve a punto de cerrar la puerta justo antes de abrirla,
pero me armé de valor y di un paso adelante. Miré alrededor, pero no escuchaba
“Hagamos un trato” de Benedettí, era lo que me tendría que llevar a mi cita a
ciegas. Me senté en la única silla que había libre, pedí un café y abrí mi
libro…
Vientos
del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Pasaban las horas, y “destino” no
llegaba, tanto empeño en quedar conmigo, tantos días esperando esta cita. Me
dije para mis adentros…
-Tristeza tenía que haber venido
conmigo, ¡mira que me lo dijo!
La decepción iba en aumento, no
entendía que estaba pasando.
- Buenas tardes, ¿Lola?,
- Si, disculpe ¿Quién es usted?
- Soy tu, en unos años, ¿me invitas a
un café?
Fa bu lo so...
ResponderEliminarLa magia vive en las letras y tu demuestras a cada texto que eres una de las mejores ilusionistas que conozco.
Es reciproco... y lo sabes. Un beso primor
EliminarEs maravilloso. La verdad es que mantienes vivo el hilo conductor.Genial
ResponderEliminarMuchas gracias, mi vida.
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