Dedicaba desde hacía una eternidad su tiempo, a contemplar un hermoso atardecer, que por momentos se le hacía más efímero. Se sentía solo y anhelaba el suave tacto de su piel.
La pena le dirigía hacía el Guadalquivir, al percibir en sus retinas que desaparecía el sol por ese horizonte que veía cada vez más lejos. Vacío emprendía de nuevo su camino, después de haberle pedido que la alumbrara y calentara justo allí donde ella se encontraba.
Intentando apartar de su cabeza el deseo que le consumía, tomaba el cuaderno que siempre le acompañaba y así escribió:
Que el destino te proteja
Donde la sinrazón te envió
Siempre estaré alerta
Si vuelves por el rio
Está segura que me encontraras por aqui
Cada tarde y a la misma hora
Vendré a contemplar cómo el sol marcha hacía ti
Le enviare en sus rayos mis besos de amor
Esos que me queman el alma y no puedes recibir