Y digo fin o comienzo porque a partir de ahi, comencé a valorar a las personas que saben apreciar lo que les rodea. Es facil ir por la vida a lo nuestro, cada uno a lo suyo, lo complicado es saber involucrarse en lo que sienten los demás y sobre todo estar pendiente de quien nos necesita.
Solo añadir que ella, si existe o no, fué ese mágia que necesitaba a mi lado para formarme como persona.
A diario necesitamos a alguien en quien apoyarnos para seguir adelante y que desgraciadamente no encontramos con tanta facilidad, como yo la encontré a ella cada vez que la necesitaba o no, porque simplemente estaba.
-Bien Luz, te cuento. Yo tenía tu edad y Juan era un chico que se acercó a mí un buen día a preguntarme mi nombre, vivía en Belchite un pueblo precioso, allí nací, crecí. Después de tres años de haber conocido a Juan nos casamos en la preciosa Iglesia de San Martín de Tours. Cuando pasaron dos años nació Lucas un niño rubio, gordito y con unos ojos en los que podías ver el mar.
Un buen día llamaron a la puerta, la abrí y en ella me encontré a tres militares que reclamaban a Juan para formar parte de la Guerra que había comenzado en España, algo que sabíamos por lo que los vecinos contaban de boca en boca. Aún cuando no entendíamos que pasaba, Juan cumplió con su “deber” y marchó. Dejé de tener noticias seis meses después de su partida, ya que regularmente, me hacía llegar una carta en la que me contaba donde y como estaba, añadiendo el amor que nos tenía a Lucas y a mí y lo triste que se sentía al no tenernos cerca.
La Guerra llegó a nuestro pueblo como un terremoto, destrozando todo lo que encontró en su camino, incluida yo, porque una bomba cayó tan cerca de casa que la destrozó entera, llevándose la vida de mi hijo con solo un añito que era lo único que me hacía sentir esperanza en esta vida que me arrebataron cuando alejaron a Juan de mi.
Lloré días enteros la pérdida de Lucas y cuando fui capaz de mirar adelante, viajé a duras penas al lugar que marcaba la última carta recibida de Juan. Nadie me supo decir nada de él, le busqué tercamente quería encontrarle, pero fue inútil la búsqueda, hasta que un buen día, después de dos años de espera, llego a mis manos una carta en la que me decían que Juan perdió la vida en la batalla del Ebro. Volví a encerrarme era un espectro de lo que fui, no me quedaban fuerzas para vivir solo quería dormir y olvidarme de todo, la vida me pesaba más cada día, los recuerdos se apoderaban de mi, sumiéndome en la mayor tristeza y apatía que podía haber imaginado.
Una mañana al despertar, salí a la calle y sentí el calor del sol, escuché una voz desde muy dentro decirme que no podía continuar así, que tomara las riendas de mi vida otra vez volviendo a ser la que yo era y vivir sobre todo por Juan y Lucas. Algo me decía, que desde allí donde estaban juntos esperando mi llegada, les haría daño ver la angustia en la que estaba sumida.
Me cambié de ciudad comenzando de nuevo, compré una casa grande y tú dirás -¿para qué?- Pues te cuento algo -Siempre he soñado en el día que suene el timbre y verlos aparecer por la puerta llenando mi vida otra vez-. Mi jardín lo diseñé pensando en ellos, esos dos árboles que ves ahí tienen nombre -el de mis dos amores-. El de la derecha es un serbal y lo elegí por Juan, él era encantador, generoso y alegre. Era una persona que disfrutaba con todo lo que nos ocurría incluso con las complicaciones que pudieran surgir, ya que siempre sacaba lo bueno de cada situación. Era apasionado y emocional, por muy triste que me encontrará a causa de algún problema diario, su te quiero acompañado de un abrazo me devolvían la ilusión. El de la izquierda es un manzano que todos los años me da su fruto ese es Lucas ¡mi Lucas! El fruto de mi vientre que llegó del amor que su padre y yo sentíamos, aunque le disfruté poco ya que me fue arrebatado con solo un añito. El día que supe que estaba embarazada, sentirle dentro de mi moverse llegando a la vida y verle día a día me daba la fuerza para continuar. Con celo los cuido recojo las hojas que caen de ellos, si el viento rompe alguna rama la quito con cuidado. Estar pendiente de estos árboles es una forma de sentirles cerca de mí.
Por eso de una forma u otra he querido desde que aquel día que volví a despertar de aquella horrible pesadilla, verme rodeada de personas a las que dedicarme acompañando mi soledad de alegría, aunque ella nunca podrá entrar en mí, ya que por muchos años que puedan pasar siempre les echaré de menos.
-¿Te ha quedado la duda que tenías satisfecha Luz? -me preguntó María.
Ante esa situación no me quedó más que abrazarme a esa mujer maravillosa a la que debo ser la persona que soy ahora, dedicando su tiempo a sacar de mi como ella decía toda la belleza que tenía en mi interior. Ahora soy yo quien me brindo a cuidarla, no podría haber sido de otra forma. Sus ojos siguen mostrándome la inmensidad del mar pero su tristeza no desaparece.