Como las meigas en Galicia, que haberlas haylas...
En un lugar llamado mundo
las luces de colores,
no eran miradas,
por miedo a que alguien las apagara.
En un lugar llamado mundo,
la música hacía años que no sonaba,
porque el silencio convertido en termitas
se hizo acopio de las casas.
En un lugar llamado mundo,
la mesa quedaba puesta,
mientras el pan duro era roído sin dientes,
ante la imposibilidad de hacer la digestión.
En un lugar llamado mundo,
la luz del sol era dispuesta en cartillas de racionamiento.
En un lugar llamado mundo,
la felicidad se guardaba en un cajón con siete llaves,
por miedo a ser embargada por los bancos.
En un lugar llamado mundo,
el frío abrazaba los cuerpos desnudos,
de niños que echaban de menos a sus padres.
En un lugar llamado mundo,
las lágrimas eran bebidas a tragos,
ante la falta de lluvia que hiciera crecer el trigo.
En un lugar llamado mundo,
la tristeza
era primer apellido de sus habitantes.
En un lugar llamado mundo,
la dama de la justicia
se prostituía en besos de balanza extorsionada.
En un lugar llamado mundo
se asomó a ventana abierta
el poeta desterrado del verso
en tierra de nadie,
indigente de inspiración
sin palabras,
sin poesía.
En un lugar llamado mundo,
el pintor desahuciado de su paleta
veló el color,
rompió pinceles ante ojos que no miraban.
En un lugar llamado mundo
avisté al trovador
extirpado de cuerdas vocales,
mudo,
sin voz.
En un lugar llamado mundo
lloré al músico sin director de orquesta.
Oídos cerrados tras la puerta
al compás del tres por cuatro,
un saxofón huérfano de madre
moría de tristeza
en rincón olvidado y disonante.
Y desperté azorada,
ojos cristalizados en pena,
pecho encogido,
sin aliento.
En un lugar llamado mundo,
sin fronteras,
sin esperas,
sin colores por bandera...
Dicen,
que ha nacido un niño.