Isabel centró su vida en su marido y sus hijos, a los que alimentó con la libertad como principal ingrediente de sus platos. Cuando llegó el momento los ayudo a extender sus alas, acompañándoles en sus primeras caídas al vacio, le daba impulso a sus alas para hacerles planear. Si torpeaban y sentían miedo de volver a intentarlo; les acomodaba en su regazo hasta relajarlos con su calor.
Con el paso de los años vio como ellos buscaban sus propios caminos. Ella orgullosa de lo conseguido, apartaba de su cabeza la tristeza de sentirles lejos. Porque el haberles enseñado ella misma, era para que pudieran realizar sus vidas en libertad.
Ahora sí, cuando Paco enfermó eso sí le hizo sentir muy mal, porque veía como ese hombre que siempre había estado a su lado, se iba apagando poco a poco y nada podía hacer para evitarlo.
Fueron los seis meses más tristes de su vida, porque aunque el se marchaba ella debía fingir que estaba bien para que no se entristeciera y se tragaba las lagrimas día y noche. Sus hijos volvían para estar a su lado en la medida que sus trabajos le permitían y se quedaban maravillados al verla tan fuerte y entera.
El día que su compañero de toda la vida cerró los ojos, la pilló sola, a su lado como siempre habían estado, desde que se casaron. A la vez que el abandonó esta vida, ella notó un dolor muy agudo en su corazón, sentía como si se le hubiera partido en dos al ver como se marchaba.
Le costó recuperarse, pero sacó fuerzas de donde no las había ya que se encontraba agotada tras la agónica enfermedad que le arrebató a Paco, a su amor, a su vida, a su amigo, a su confidente, al padre de sus hijos, a aquella persona tan especial que había sabido estar a su lado en los momentos fáciles y difíciles a la par. Porque si algo había tenido este hombre fue que nunca se achicó ante las situaciones delicadas y siempre estaba junto a ella para solventar los problemas que pudieran surgir. Respiraba tranquilidad al sentirle a su lado y siempre tenía en su cara esa sonrisa amable que le caracterizaba ante todo el que le conocía.
Tras una semana de aquello cerró sus ojos, muy triste, sintió como el frio arreciaba fuera y la soledad que sentía no era capaz de abrigarla. En ese momento escuchó la puerta, pero interiormente pensó que podía ser el aire que se estaba empezando a mover, pero al instante volvió a escuchar la puerta. Al abrirla sus ojos se llenaron de luz, al otro lado sus hijos, nueras y nietos aguardaban con una dulce sonrisa.
Pensó derrumbarse de lo que sintió dentro de ella al verlos a todos juntos, pero estaba recibiendo tantos abrazos y besos que aunque las fuerzas la hubieran faltado, ellos estaban ahí como pilar de sujeción para no dejarla caer.
Nuestros padres, esos promotores, arquitectos y aparejadores de nuestras vidas, ahora nos necesitan a nosotros. No permitamos jamás que nuestras ocupaciones nos priven del privilegio de seguir creciendo a su lado, ellos lo han sido todo para nosotros y ahora nos corresponde a nosotros dar ese sentido a sus existencias que a veces por el pasar de los años y la soledad les falta.